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Jorge Carrión

 

Metro, miércoles 26 de mayo de 2004

 


 

Hoy quiero hablarles de poesía y de retorno. Los poemas los he encontrado en Sílabas de arena, de Antonio Tello. Lectura de avión: tenía doce horas por delante y el océano era a un tiempo calma, espacio de balance y cuenta atrás. De todos los versos que recorrí a velocidad de crucero, hube de regresar a seis de ellos. Dicen así: "Escribo. / Anudo palabras para conjurar el olvido. / El mar. El olvido es el mar, / La líquida circunstancia del tiempo, / y la memoria, esa borra de luz que dejan los días, / acaso una isla, ítaca, por ejemplo."

 

Pertenecen al poema Odiseo, que pertenece a su vez a esa estirpe de composiciones que han llegado, a través de Ulises, a la antesala de la esencia de lo humano. Porque el ser humano -ese viajero- es puratensión entre memoria y olvido. En los versos de Tello, Odiseo quiere regresar a la isla de la memoria, ciudad cavafiana, familia, descanso. Recuerdo del viaje y de lo que hubo antes de la partida. Si la memoria es el hogar, el lenguaje es la casa que le da forma y lo contiene.

 

La desaparición de la poesía es una de las consecuencias de la proliferación de otras lecturas inmediatas, desde la que brinda el messenger hasta El código Da Vinci. Por eso las colecciones de poesía se han convertido en almacenes de memoria, proyectos de resistencia. Sílabas de arena ha sido publicado por una nueva editorial, Candaya, que nace en Canet de Mar, un rincón de la provincia de Barcelona, precisamente con esa voluntad: poner su grano de arena en el dique que contiene la desmemoria. Tanto los poemas de Tello como los de Elvio Romero, los dos autores seleccionados para iniciar la colección de poesía vienen acompañados por sendos cedes, porque la oralidad señala hacia la época en que la poesía era realidad necesaria.

 

En el avión leí también El País por última vez en algún tiempo. En su crónica, Arcadi Espada -cuyo diario virtual me ayuda a entender a Madrastra desde la distancia- hablaba de la Barcelona del Forum sin mentar a éste, mediante un irónico texto sobre la  ciudad de cuatro siglos atrás. En algún momento recordaba que don Quijote fue vencido en una de las playas que ahora son balnearios de diseño y restaurantes, que en ella recobró el juicio e inició el retorno a su lugar. A su ítaca manchega.

 

Quizá sea el momento más emotivo y brillante del Quijote. Sansón Carrasco, disfrazado del Caballero de la Blanca Luna, apunta su cuerpo derrotado con su lanza y le ordena que diga que su propia dama es más bella que Dulcinea. Pero don Quijote no se rinde y replica con una dignidad que hoy ya no existe: "Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo, y yo el más desdichado caballero de la tierra". Después vuelve a casa y su periplo, como el de Odiseo, deja de pertenecerle para devenir me­moria colectiva. La nuestra.