JOSEP VIDAL VALICOURT
Atendamos
a Platón, para quien la experiencia de la belleza implica verdad.
Apaleados por el cinismo, estamos en un tris de abdicar de semejante
experiencia. Tras el cacareo ferial y libresco, que apenas he
frecuentado, me concentro en ese libro encantador de Gadamer que
lleva por título La actualidad de lo bello. Sin embargo, una vez
leídas suficientes páginas, las reflexiones del filósofo alemán me
conducen a Avelino Hernández y a J. C. Llop. En concreto: a ese libro
sobrecogedor del escritor soriano que se titula Mientras cenan con
nosotros los amigos y a los excelentes poemas que componen La
Dádiva. Nunca la experiencia de la muerte ha sido tan bella. Y la
belleza, tan dolorosa. "Ya tiene escrita fecha en no
sé
cuál de mis vísceras el no
ser;
pero Teresa va a seguir viviendo", escribió con extrema lucidez
Avelino Hernández poco después de tener noticia del diagnóstico
fatal. Admirable el temple. Toda una escuela de vida, narrada con
una sencillez que desarma. Nada de llantinas ni de expresar lástima
por uno mismo. El libro está recorrido por una corriente de vida
plena, bien alimentada por la amistad y por el amor. Un libro que
desemboca, como la vida misma, en la muerte. En una muerte demasiado
impaciente. El tramo final de este libro es una verdadera apoteosis
de la vida, un auténtico canto vital de quien ya vislumbra el no
ser.
Por otra parte, la historia o, mejor dicho, las historias que
componen Mientras cenan con nosotros los amigos, conmueven por el
cariño, por el mimo que demuestra Avelino en contarnos pequeñas
escenas de la vida cotidiana. Pequeñas escenas que se vuelven
grandiosas, precisamente por el buen hacer del autor, de este
artesano de la palabra que, como muy bien observó Pedro Andreu, sabe
narrar la sencillez mediante una estructura narrativa vanguardista.
Leer a Avelino Hernández es leer su vida, y no todos los escritores
pueden presumir -desde luego, él no era de los que presumían- de
aunar en su obra gozo estético y propuesta ética. Otra vez: verdad y
belleza bien articuladas, amantes para toda la vida, como Teresa y
Avelino.
La Dádiva, de J. C. Llop, un libro de poemas que también participa
de la verdad y la belleza. Efectivamente, el libro hace honor al
título. Es decir: un don, un regalo. El poeta lo concibe de esta
manera, como algo que le ha sido otorgado y que, cual humilde
servidor, trata de expresarlo mediante las palabras. El poeta siente
la obligación moral de manifestarlo y no guardarlo bajo llave,
celoso de su tesoro. Pues la humildad no reside en el pudor del
ocultamiento, sino en esa serenidad de mostrarlo. Por supuesto, de
mostrarlo
sin
gran ruido, sino como debe ser: mediante un hermoso libro. Este
libro, verdadero y bello, bello en su verdad, verdadero en su
belleza también es una lección moral. Uno, leyéndolo, percibe una
declaración de amor a la vida, a la propia escritura, a los hijos, a
la mujer, a los paisajes que dejan huella, a los lugares deseados,
al mismo oficio de escritor, que no va mucho más allá del que
fabrica pequeñas cestas con huesos de cereza. Estos poemas son
"lámparas en una casa a oscuras."
Diario de Mallorca,
sábado 18 de junio de 2005 |